La discusión se recalienta con noticias como la de hace unas semanas, que Elon Musk iba a comprar Twitter. ¡Qué escándalo! Al parecer, Elon Musk ha mencionado en alguna entrevista que él sí dejaría que Trump vuelva a tuitear. Declaraciones así causan gran revuelo en la prensa internacional, aunque cuando lo dijo, aún no estaba claro si conseguiría la adquisición. En cualquier caso, vuelve a haber una discusión salvaje sobre la obligación moral de los medios sociales. No creo que a Musk le importen mucho las letras y las palabras que se suelten en Twitter, porque su plan es introducir un sistema de pago -similar a PayPal- a través de este canal, que con toda probabilidad le llegará a más cosas que a la suela de los zapatos a los demás sistemas de pago habituales, puede que hasta pise a algunos de ellos.
Me resulta algo extraño que normalmente sea alguien que de alguna manera ocupa o ha ocupado un alto cargo público. Siempre me pregunto cómo es posible que para empezar, alguien con semejantes puntos de vista pueda llegar a ese puesto.
Si es que el problema no es sólo lo que dice Trump. No importa realmente si lo mete a un teclado o lo balbucea a un micrófono. El problema es que lo que dice interesa e influye a tanta gente. Creo que es eso lo que se debería discutir y debatir.
Creo que es bastante irrelevante quién pone qué en cada canal. Lo que me parece terrible es observar que las cuentas aparentemente más absurdas de Instagram, Youtube, TikTok&Co. atraen a un número tan altísimo de personas interesadas.
Me gustaría utilizar el gran argumento de trasladarlo a la realidad para ilustrar que, por supuesto, nunca dirías ni harías en la realidad lo que a veces dices en la red. Funcionó bien hace unos años. Véase la publicidad de la iniciativa europea al uso concienciado de los medios de comunicación: ¿Dónde está Klaus? . A estas alturas, me temo que es demasiado tarde para este argumento. Dejando a un lado todo el desarrollo del bullying, basta con ver las concentraciones masivas de personas que se paran durante horas y horas para vislumbrar a su ídolo, el o los influencers de turno, para darse cuenta de que el efecto con el traslado a la realidad ha terminado: Ellos se paran ahí delante del micrófono y dicen lo mismo que sueltan en la red y a todo el mundo le parece genial.
El otro día pasé de casualidad por delante de un evento de este tipo y pregunté a la gente que esperaba qué superestrella estaba a punto de aparecer. "Una niña de 14 años. Los niñas lo flipan con ella." fue la respuesta de uno de los muchos padres aburridos que estaban al lado del mogollón de madres e hijas gritando y filmando. Entonces no perdí la oportunidad de preguntar también a algunos representantes del grupo objetivo, que a quién esperaban aquí. Con una cara de asombro absoluto, me pusieron al tanto del evento. Todo el grupo de amigas se miró entre sí y luego a mí un poco confundidas. Creo que se preguntaban de qué planeta o detrás de qué roca había salido yo. Seguramente les dio hasta un poco de pena cuando les pregunté qué hacía esta estrella, pero al final se animaron y me explicaron pacientemente: "Bueno, en plan, tiene un canal en YouTube y un montón de seguidores. Ella comenta lo que hace, lo que hace su familia, lo que hacen sus amigos y demás, ¡es súper guay!
No quiero levantar la sospecha de que deteste a los canales de YouTube y las cuentas de Instagram per se. Me gustaría dejar claro que Internet y las redes sociales son un medio diferente para mí. Y este medio tiene sus grandes ventajas, que creo que hay que aprovechar. Esta consideración merece cierta elaboración y pronto tendrá su propia entrada en el blog.