Como de costumbre, la reunión matinal de los empleados del aeropuerto ha comenzado con un poco de retraso. El presidente pregunta al personal: "Entonces, ¿quién se va a dedicar hoy a la carga del equipaje? Dos muchachos jóvenes se apuntan del tirón. Tienen pinta de pasar las horas muertas en el gimnasio. Otro compañero, mucho más canijo, también levanta la mano y nota como alguien dice entre dientes - ¿Éste?, ¿en la carga? ¿Con lo canijo que es? - Hombre claro que puedo hacerlo - contesta él, - ya llevo dos años trabajando aquí como conductor de autobús de pista y he visto perfectamente cómo va lo de las maletas. A las malas me echan una mano los otros dos con los bultos pesados. - Qué bien que se hayan encontrado voluntarios tan rápidamente. A continuación, se distribuyen los puestos del check-in. Aquí hay más interesados de la cuenta. Claro, piensan, con lo bien pagado que está sentarse unas horitas detrás del mostrador pasando los datos de los pasajeros al ordenador. Hay que elegir entre los voluntarios. - Un requisito fundamental para esta tarea es saber idiomas, dice el jefe, para reducir el número de candidatos. - Con inglés y español puedo ir tirando. Es lo que habla la mayoría de los pasajeros. Además se escribir con 10 dedos, por lo que puedo hacer muchísimo más check-ins que mis compañeros que tienen que ir buscando las letritas en el teclado, comenta uno de los aspirantes. Pues sí, eso aseguraría un procedimiento más ágil. - Mire, le propone el jefe, vaya eligiendo usted los más adecuados entre los demás voluntarios. Al fin y al cabo, después de tantos años trabajando juntos aquí en el aeropuerto, se conocen entre sí ya un poco y sabrían los puntos fuertes que tiene cada uno para esta tarea.
Listo, pasemos al personal de cabina. Los empleados bajan las cabezas como quien no quiere la cosa. Nadie levanta la mano.- Venga, les ánima el jefe, para el vuelo de hoy necesitamos al menos cinco. Señora Pérez, por qué no lo hace usted, por ejemplo. Ha trabajado varias veces en la tienda libre de impuestos y siempre se le ha dado muy bien. Los pasajeros le adoran con su forma de ser tan amable y atildada. - Pues en realidad no me apetece mucho trabajar en cabina. Y menos ahora con todos los rasca y gana y los productos libre de impuestos que hay que endosarles a los viajeros, responde la señora Pérez. - Gracias por sacar el tema, salta el jefe, les iba a comentar al respecto que no se le olvide que sería deseable alcanzar la venta mínima esta vez. Como hemos visto que no mucha gente tiene ganas de encargarse de la cabina, vamos a ponerlo un poco más interesante: A partir de ahora habrá un plus para cada uno en función del volumen de venta que crea en cada vuelo en cabina. Se levantan cinco manos de golpe. - Ah, mire, señora Pérez, así usted no tiene ni que hacerlo. Bueno, si quiere probar también con este nuevo método, le apunto para la próxima. ¿Por qué no hace de copiloto esta vez?, eso no lo ha hecho nunca, ¿no? - Genial, opina ésta, sí, creo que seré capaz. Sobre todo porque últimamente se ha dedicado mucho a este tema, hablando con los demás copilotos en las pausas y leyendo incluso el manual. Estupendo, dice el jefe, entonces lo único sería asegurar que vaya alguien experimentado de piloto. Solo por si acaso pasara algo. Bueno, no suele haber problemas de todas maneras.
Excelente, entonces solo hace falta repartirse las tareas restantes como mantenimiento, limpieza y torre. Si alguien no estuviera contento con el reparto, seguro que se llegaría a un acuerdo satisfactorio, tipo vacaciones extraordinarias.
Al final se han podido tratar todos los puntos del día más rápido de lo pensado. Mejor, porque así queda tiempo para votar acerca del planteamiento nuevo: Repartir los quehaceres a partir de ahora simplemente en función de género y nombre y así asegurar la igualdad entre hombres, mujeres y otros, además de la igualdad entre el trasfondo étnico de cada uno.
Y ahora, ¡A despachar a los pasajeros!
Los conocimientos de idiomas que tenga una ministra de exteriores por ejemplo. Resulta que un año de carrera en Inglaterra no basta para que se lean los discursos en un inglés aceptable al final. De redactarlos o de llevar conversaciones espontáneas en las visitas oficiales al extranjero ni hablamos. Si cualquiera que quiera trabajar en un puesto relacionado con el turismo tiene que saber al menos dos lenguas extranjeras, no comprendo por qué no se requiere por lo menos lo mismo de una persona que representa su país en el exterior. Y podemos sumar y seguir para otros ministerios. Si se compensara la carencia de algún requisito por la excelencia en otro, sería más que aceptable, igual que pasa en otros puestos de trabajo. Desgraciadamente hay que reconocer que no suele ser el caso en la política.
Con lo que podemos sacar otro parecido al símil del aeropuerto: Venga, ¡a despachar a los votantes!