¿Por qué hay que andarse con pies de plomo cada vez que nos pronunciamos?

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No sólo la exageración de lo políticamente correcto, sino también la división de opiniones ante situaciones extremas como la crisis del COVID, me hacen pensar que nadie sabe ya realmente lo que se puede decir, o peor aún, pensar, sin que se le encasilla de inmediato. Lo observo en los ámbitos de nuestra vida cotidiana, no sólo en los diferentes componentes del aparato social, sino también en nuestras interacciones con la familia y los amigos.

Para hablar de diferentes cosas hay que compararlas y por ende nombrarlas. También vale para las personas. No creo que eso signifique automáticamente que se quieran devaluar o desprestigiar. Cada persona es diferente, ¿por qué no podemos decir eso? Es que es un hecho - por mucho que se sigan inventando cada vez más términos supuestamente neutros. Creo que es más bien al revés: cada término, por muy neutro que sea, puede utilizarse de forma irrespetuosa e insultante, según el contexto, la entonación y la intención que pongamos.

Digo yo, ¿no sería mucho más adecuado replantear los valores que priorizamos como sociedad y que además queremos transmitir a las siguientes generaciones, en lugar de perder el tiempo con la enésima re-definición de unos términos? Es tan fácil meter la pata con una formulación u otra que la gente aparentemente prefiere limitarse a repetir los discursos prefabricados. Claro, con ellos nos asegurarnos de atinar con lo políticamente correcto del momento. ¿No deberíamos cambiar nuestra manera de pensar sobre las cosas y enseñar eso, en vez de seguir re-inventando nuevas palabras y definiciones? A mi me parece que estamos haciendo leña del árbol caído con esta dinámica.

Yo tiendo a suponer que, por regla general, solemos tratar con personas de pensamiento normal cuyo interés primordial es una convivencia más o menos armoniosa y justa y que, de por sí, no quieren perjudicar a nadie. Pero claro, por ejemplo, no puedo hacer esta suposición sin excluir a las personas que sufren cualquier forma de psicopatía. Así que quiero dejar claro que no quiero acusarles de mala voluntad a los que padecen dicha enfermedad, ya que lo compulsivo no suele ser controlable. ¿Sin embargo, estoy discriminando a un grupo de personas con estas palabras? ¿Por qué seguimos rizando el rizo en estas cuestiones? En el discurso público -y para algunos también en el privado- echo de menos la voluntad o la capacidad pararnos de vez en cuando para decidir dónde está exactamente la línea que separa el "nombrar" una cosa de "desprestigiar". Y dicho sea de paso: La propia palabra "discriminar" también se utiliza como sinónimo de diferenciar.

Repensar los valores que queremos priorizar también incluye, respecto a la discriminación, la facilidad con la que nos sentimos ofendidos. ¿En serio que cada afirmación y cada broma que se haga sobre alguien o sobre un grupo tiene que entenderse como un ataque y un insulto? ¿Por qué hay que buscarle tres pies al gato y pensar lo peor? - Con lo relajante que es reírse de vez en cuanto de uno mismo....

Ya si eso nos tomamos una cerveza

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Para traducir esta frase al alemán, meteríamos varias partículas, tan propias de este idioma, para con ellas transmitir ese, toque de sin compromiso que resuena dicha en español.Aún con esas, la mayoría de los hablantes nativos de alemán supondrán recibir en breve una propuesta de cita de la persona que les suelta la frase. El hecho de que sea una fórmula de despedida se va aprendiendo a la medida que uno la escuche. Se suele decir que los españoles en general -y los andaluces en particular- son personas muy abiertas, sobre todo en comparación con los alemanes, supuestamente más distantes. Sin embargo, en mi opinión, esto puede deberse precisamente a la mala interpretación de dicha frase. En Sevilla, por ejemplo, este tipo de frases se escuchan con extraordinaria frecuencia, pero sin que sean siempre inmediatamente reconocibles como tales, incluso para los españoles de otras partes del país. En cuanto te encuentras con un sevillano y escucha que no eres de Sevilla, literalmente suelta: "Lo que necesites, ¿eh?“ o "Aquí tienes tu casa". Sin embargo, si se te ocurre tomar estas ofertas a pie de la letra, puede que la persona no tenga tiempo para reunirse justo en ese momento o que, por desgracia, esté fuera de la ciudad.

Creo que estas frases meramente expresan cortesía para los sevillanos y no deben entenderse literalmente. Puedes compararlos un poco con el ejemplo de inglés que todos los profesores te inculcan en la escuela: Nadie quiere saber realmente cómo estás cuando te hace la pregunta „¿How are you?" y sus variantes. La mejor respuesta es un simple „¿How are you?", que indica que se trata más bien de un saludo. Por cierto, esta pregunta también se utiliza como tal en español en situaciones de conversación cotidiana. La respuesta puede ser "Bien, tú sabes". O "Aquí, tirando". Si el interlocutor quiere saber realmente cómo te sientes, a menudo te dirá: "Pero tú, ¿cómo estás? Dependiendo de la relación de confianza que tenga con la persona, es apropiado en este punto entrar en más o menos detalles sobre su estado de ánimo personal. En un encuentro casual en la calle, sin embargo, suele bastar con un "tú sabes, con este calor..." o "con la que está cayendo…". Si la otra persona se te adelanta con tales expresiones, un simple "Ay que ver" siempre pega.

Por supuesto, estas observaciones no se aplican si se tiene una relación de confianza más estrecha con la persona en cuestión.

Coincidiendo en ámbitos superficiales, decirse que aquí prevalece una especie de regla de tres: negarse cortésmente dos veces y luego aceptar de manera vacilante.

Por supuesto, hay que reconocer este código para no parecer brusco cumpliendo así uno de los prejuicios sobre los alemanes. Lo aprendí en la siguiente situación: había invitado a unos amigos a cenar y les había preparado un café después. Uno de los invitados, al que no conocía muy bien, declinó amablemente mi oferta de servirle una segunda taza. Para mí, la cuestión suele estar resuelta en ese caso. Nada más lejos de querer ponerle en un compromiso a mis invitados. Al revés, no lo ofrezco si no tengo ganas de hacer otro café. Sin embargo, luego observé cómo la persona en cuestión rechupaba los restos de la taza con una cuchara y volví a preguntar. De nuevo me contestó con un "No, no, está bien. No te molestes". Pero aún así cogió la taza de café una y otra vez. Así que volví a decir: "Venga, que te preparo otra", y he aquí que esta vez la respuesta fue: "Sí, bueno, si no te importa, me gustaría tomar otra tacita".

¿Qué ha dicho?

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No es un fenómeno que se limite a la adquisición del alemán o el español, sino que se hace notar en el aprendizaje de lenguas extranjeras en general. La comprensión auditiva suele ser la habilidad más temida entre los estudiantes de un idioma. No importa realmente el entorno de aprendizaje en el que nos encontremos. En el aula, en la sala de seminarios o en el mismo país donde se habla esa lengua extranjera.

Algunos lingüistas afirman que las lenguas silábicas, como el español, son más difíciles de entender que los idiomas de palabra, como el alemán, porque los segmentos lingüísticos se funden entre sí en las lenguas silábicas, mientras que en las lenguas de palabra están claramente separados unas de otras.

No estoy del todo de acuerdo con esta afirmación, ya que creo que el tipo de lengua al que estamos acostumbrados es lo fundamental. O sea, puede que a un hablante nativo de una lengua silábica que estudia una lengua del otro tipo, le sea más difícil entenderla, porque no está familiarizado con este tipo de divisiónes.

Creo que en la adquisición convencional de lenguas extranjeras en Europa, se nos entrena demasiado para identificar, analizar y comprender todas las palabras y frases de un texto -en el peor de los casos, para traducirlas siempre- y luego aplicamos esto de forma automática e inconsciente a la lengua hablada. Cuanto menos dominamos una lengua extranjera, mayor es la necesidad aparente de transferir a nuestro idioma cada uno de los elementos de una frase en nuestra cabeza. Por ejemplo, si vas de viaje al país cuya lengua estás aprendiendo, a menudo te encontrarás en situaciones en las que estarás completamente abrumado tratando de mantener una conversación. Esto puede dar fácilmente la impresión de que no tienes vocabulario suficiente, de que lo que has aprendido en el libro de texto no se corresponde con la realidad lingüística o de que simplemente no tienes talento para el idioma. Por supuesto, por mucho que uno haya realizado un curso de A1, no conoce todo el vocabulario y todas las peculiaridades estructurales de un idioma. Por eso, si no puedo hablar de un tema de la misma manera que lo haría en mi lengua materna, puede provocar rápidamente una frustración absoluta.

Cuando se trata de la propia producción lingüística, a veces ayuda imaginarse que uno se está dirigiendo a un niño pequeño, porque de este modo uno se obliga a utilizar palabras y frases sencillas y de repente, sí se puede aplicar lo poco que se ha aprendido hasta ahora, en una situación lingüística real.

Sin embargo, al escuchar, esto no es tan fácil. Sobre todo porque el cerebro tiene el reflejo de desconectar el filtro que distingue las cosas importantes de las que no lo son, con el fin de reconocer y comprender el mayor número posible de fragmentos de palabras, por pequeños que sean. Esto requiere un gran esfuerzo y concentración, de los que uno ni siquiera es consciente.
Hace falta un cambio de perspectiva. Una vez que te das cuenta de cómo funciona la comprensión auditiva en tu propio idioma, de repente puede resultar mucho más fácil en la lengua extranjera. Una consideración muy simple ya podría ayudar en este caso: Imaginemos que alguien nos dice algo en nuestra lengua materna y que una tercera persona nos pregunta por el contenido de lo dicho. A continuación, reproducimos automáticamente el contexto sin repetir la palabra por palabra. Esto demuestra que ponemos las cosas en contexto directamente al escucharlas; pensamos en imágenes o asociaciones, pero no en palabras o frases individuales. Estoy convencida de que entenderás mucho más en la lengua extranjera si tienes en cuenta este hecho. Esto se debe a que de esta manera uno puede desprenderse de los segmentos lingüísticos y confiar en el contexto, que, como sabemos, también se comunica a través de elementos extralingüísticos como los gestos y las expresiones faciales.

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